A muchos
emprendedores nos ha pasado que cuando nos han presentado un nuevo producto,
una idea realmente innovadora, hemos pensado ¿cómo es posible que no se me
ocurriera a mí? La idea es tan sencilla… El coste de producción tan bajo…
Debería haberlo pensado yo.
Lo mejor es no
quedarnos en la frustración y la envidia, sino plantearnos si estamos buscando
la inspiración en el sitio adecuado.
Como forma de
comenzar a pensar en una nueva idea de negocio resulta muy práctico ser nuestro
propio primer cliente. Muchos negocios de éxito han partido de un deseo
personal de cubrir una necesidad, de resolver un problema que el propio
emprendedor debía resolver. Convirtiéndose, de esta manera, el propio creador en su primer
cliente.
Para ello debemos
hacer una reflexión sobre los problemas, por muy pequeños que sean, que tenemos
en nuestro día a día y que, si encontrásemos la manera de solucionarlos, nos
haría la vida mucho más fácil, más agradable.
Si ya tenemos una
idea, lo mejor es hacer un prototipo cuanto antes, y ver cómo este se adapta a
la realidad. Muchas veces el problema no es nuestra falta de ideas, sino la
aplicación de las mismas al problema real que deben resolver.
Por último,
debemos estar preparados para adaptar nuestra idea o productos a la realidad
del mercado. En muchas ocasiones, estamos tan seguros de nuestro proyecto, tan
“enamorados” de la idea, que nos mostramos reacios a cualquier cambio. Y la
experiencia nos enseña que, si somos capaces de reaccionar bien y rápido y adaptar
nuestros productos a la realidad del momento, es muy posible que consigamos
sacar nuestro negocio adelante.
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